domingo, 9 de julio de 2017

LOS DOS SADHUS


Ésta es la historia de dos sadhus. Uno de ellos había sido enormemente rico y, aun después de haber cortado con sus lazos familiares y sociales y renunciar a sus negocios, su familia cuidaba de él y disponía de varios criados para que le atendieran.
El otro sadhu era muy pobre, vivía de la caridad pública y sólo era dueño de una escudilla y una piel de antílope sobre la que meditar. Con frecuencia, el sadhu pobre se jactaba de su pobreza y criticaba y ridiculizaba al sadhu rico. Solía hacer el siguiente comentario:
“Se ve que era demasiado viejo para seguir con los negocios de la familia y entonces se ha hecho renunciante, pero sin renunciar a todos sus lujos”.
El sadhu pobre no perdía ocasión para importunar al sadhu rico y mofarse de él. Se le acercaba y le decía:
“Mi renuncia sí que es valiosa y no la tuya, que en realidad no representa renuncia de ningún tipo, porque sigues llevando una vida cómoda y fácil”.
Un día, de repente, el sadhu rico, cuando el sadhu pobre le habló así, dijo tajantemente:
--Ahora mismo, tú y yo nos vamos de peregrinación a las fuentes del Ganges, como dos sadhus errantes.
El sadhu pobre se sorprendió, pero, a fin de poder mantener su imagen, tuvo que acceder a hacer una peregrinación que en verdad le apetecía muy poco. Ambos sadhus se pusieron en marcha. Unos momentos después, súbitamente, el sadhu pobre se detuvo y, alarmado, exclamó:
--¡Dios mío!, tengo que regresar rápidamente.
En su rostro se reflejaba la ansiedad.
--¿Por qué? -preguntó el sadhu rico.
--Porque he olvidado coger mi escudilla y mi piel de antílope.
Y entonces el sadhu rico le dijo:
--Te has burlado durante mucho tiempo de mis bienes materiales y ahora resulta que tú dependes mucho más de tu escudilla y tu piel que yo de todas mis posesiones.

LA VERDAD... ¿ES LA VERDAD?


El rey había entrado en un estado de honda reflexión durante los últimos días. Estaba pensativo y ausente. Se hacía muchas preguntas, entre otras por qué los seres humanos no eran mejores. Sin poder resolver este último interrogante, pidió que trajeran a su presencia a un ermitaño que moraba en un bosque cercano y que llevaba años dedicado a la meditación, habiendo cobrado fama de sabio y ecuánime.
Sólo porque se lo exigieron, el eremita abandonó la inmensa paz del bosque.
--Señor, ¿qué deseas de mí? -preguntó ante el meditabundo monarca.
--He oído hablar mucho de ti -dijo el rey-. Sé que apenas hablas, que no gustas de honores ni placeres, que no haces diferencia entre un trozo de oro y uno de arcilla, pero todos dicen que eres un sabio.
--La gente dice, señor -repuso indiferente el ermitaño.
--A propósito de la gente quiero preguntarte -dijo el monarca-. ¿Cómo lograr que la gente sea mejor?
--Puedo decirte, señor -repuso el ermitaño-, que las leyes por sí mismas no bastan, en absoluto, para hacer mejor a la gente. El ser humano tiene que cultivar ciertas actitudes y practicar ciertos métodos para alcanzar la verdad de orden superior y la clara comprensión. Esa verdad de orden superior tiene, desde luego, muy poco que ver con la verdad ordinaria.
El rey se quedó dubitativo. Luego reaccionó para replicar:
--De lo que no hay duda, ermitaño, es de que yo, al menos, puedo lograr que la gente diga la verdad; al menos puedo conseguir que sean veraces.
El eremita sonrió levemente, pero nada dijo. Guardó un noble silencio.
El rey decidió establecer un patíbulo en el puente que servía de acceso a la ciudad. Un escuadrón a las órdenes de un capitán revisaba a todo aquel que entraba a la ciudad. Se hizo público lo siguiente:
“Toda persona que quiera entrar en la ciudad será previamente interrogada. Si dice la verdad, podrá entrar. Si miente, será conducida al patíbulo y ahorcada”.
Amanecía. El ermitaño, tras meditar toda la noche, se puso en marcha hacia la ciudad. Su amado bosque quedaba a sus espaldas. Caminaba con lentitud. Avanzó hacia el puente. El capitán se interpuso en su camino y le preguntó:
--¿Adónde vas?
--Voy camino de la horca para que podáis ahorcarme -repuso sereno el eremita.
El capitán aseveró:
--No lo creo.
--Pues bien, capitán, si he mentido, ahórcame.
--Pero si te ahorcamos por haber mentido -repuso el capitán-, habremos convertido en cierto lo que has dicho y, en ese caso, no te habremos ahorcado por mentir, sino por decir la verdad.
--Así es -afirmó el ermitaño-.
Ahora usted sabe lo que es la verdad...
¡Su verdad!

domingo, 18 de junio de 2017

“LA BOTELLA DE AGUA”


Un hombre estaba perdido en el desierto, destinado a morir de sed. Por suerte, llegó a una cabaña vieja, desmoronada sin ventanas, sin techo.
El hombre anduvo por ahí y se encontró con una pequeña sombra donde acomodarse para 
protegerse del calor y el sol del desierto. Mirando a su alrededor, vio una vieja bomba de agua, toda oxidada.
Se arrastró hacia allí, tomó la manivela y comenzó a bombear, a bombear y a bombear sin parar, pero nada sucedía. Desilusionado, cayó postrado hacia atrás, y entonces notó que a su lado había una botella vieja. La miró, la limpió de todo el polvo que la cubría, y pudo leer que decía:
“Usted necesita primero preparar la bomba con toda el agua que contiene esta botella mi amigo, después, por favor tenga
la gentileza de llenarla nuevamente antes de marchar”.
El hombre desenroscó la tapa de la botella, y vio que estaba llena de agua… ¡llena de agua! De
pronto, se vio en un dilema: si bebía aquella agua, él podría sobrevivir, pero si la vertía en esa bomba vieja y oxidada, tal vez obtendría agua fresca, bien fría, del fondo del pozo, y podría tomar toda el agua que quisiese, o tal vez no, tal vez, la bomba no funcionaría y el agua de la botella sería desperdiciada.
¿Qué debiera hacer?
¿Derramar el agua en la bomba y esperar a que saliese agua fresca… o beber el agua vieja de la botella e ignorar el mensaje?
¿Debía perder toda aquella agua en la esperanza de aquellas instrucciones poco confiables escritas no sé cuánto tiempo atrás?
Al final, derramó toda el agua en la bomba, agarró la manivela y comenzó a bombear, y la bomba comenzó a rechinar, pero ¡nada pasaba! La bomba continuaba con sus ruidos y entonces de pronto surgió un hilo de agua, después un pequeño flujo y finalmente, el agua corrió con abundancia…
Agua fresca, cristalina.
Llenó la botella y bebió ansiosamente, la llenó otra vez y tomó aún más de su contenido refrescante. Enseguida, la llenó de nuevo para el próximo viajante, la llenó hasta arriba, tomó la pequeña nota y añadió otra frase:
“Créame que funciona, usted tiene que dar toda el agua, antes de obtenerla nuevamente”.

viernes, 9 de junio de 2017

EL SONIDO DE LA SELVA


Hace muchos, muchos años, en el sigo III D.C., el rey Tsnao envió al templo a su hijo, el príncipe Tnai, a estudiar con el gran maestro Pan Ku. Como el príncipe Tnai iba a suceder a su padre en el trono, Pan Ku debía enseñar al joven los principios básicos para ser un buen gobernante. Cuando el príncipe llegó al templo, el maestro lo envió solo a la selva Ming-Li. Después de un año el príncipe debería regresar y describir los sonidos de la selva.
Cuando Tnai regresó, Pan Ku le pidió que descubriera todo lo que había escuchado
"Maestro", respondió el príncipe, "pude escuchar a los pájaros cantar, a las hojas crujir, a los colibríes gorjear, a los grillos chirriar, a las abejas zumbar y al viento susurrar y gritar".
Cuando el príncipe terminó , el maestro le dijo que se devolviera a la selva para que escuchara más y más puesto que había escuchado poco. El príncipe quedó desconcertado con la petición del maestro. ¿Acaso no había descubierto ya todos los sonidos?
Día y noche sin descanso el joven príncipe se sentó en la selva a escuchar. Una mañana, mientras se encontraba silencioso entre los árboles, comenzó a identificar sonidos débiles diferentes a aquellos que había escuchado antes. Entre más los escuchaba, más claros eran. Un sentimiento de claridad lo envolvió.
"Estos deben ser los sonidos que el maestro quiere que yo discierna", pensó.
Cuando el príncipe Tnai regresó al templo, el maestro le preguntó qué más había escuchado.
"Maestro", respondió el príncipe con reverencia, "cuando escuché con más atención, pude oír lo inaudible -el sonido de las flores abriéndose, el sonido del sol calentando la tierra, y el sonido de la hierba bebiendo el roció de la mañana."
El maestro asintió con aprobación.
"Oír lo inaudible, enfatizó Pan Ku-, es una disciplina necesaria para ser un buen gobernante. Porque sólo cuando un gobernante ha aprendido a escuchar los dolores que no se expresan y las quejas de las que no se habla, puede inspirar la confianza de su gente, descubrir cuando algo está mal y satisfacer las verdaderas necesidades de sus ciudadanos. La destrucción de los estados se origina cuando los líderes sólo escuchan palabras superficiales y no penetran profundamente en las almas de su gente para escuchar sus verdaderas opiniones, sentimientos y deseos."

jueves, 8 de junio de 2017

EL YOGUR DEL AVARO


Un avaro estaba sentado a la puerta de un café, tomando su café matinal, cuando un loco se le acercó y le pidió dinero para un poco de yogur. El avaro trató de ignorarle, pero el hombre se negó a irse y provocó un escándalo.
Otros le ofrecieron su dinero, pero él insistía en que sólo quería el del avaro. Al final, éste le dio algunas monedas para el yogur.
Entonces el loco pidió algo más de dinero para acompañar al yogur.
Pero esto ya era demasiado para el avaro, que se negó rotundamente.
Aquella noche el avaro soñó que había ido al Paraíso. Era un lugar hermoso, lleno de ríos, árboles y hermosas flores. Después de algún tiempo, empezó a tener hambre, pero no podía encontrar alimentos entre toda aquella belleza.

En aquel momento apareció un hombre extraordinariamente hermoso y radiante. El avaro le preguntó si aquello era verdaderamente el Paraíso y el hombre le dijo que sí. Entonces el avaro quiso saber dónde estaban las comidas maravillosas y la ambrosía del Paraíso, de las que tanto había oído hablar.
El hombre se disculpó y se fue.
Al volver, le trajo un poco de yogur. El avaro le pidió algo de pan para acompañar el yogur, pero el hombre respondió:
"Todo lo que has mandado aquí es yogur. Lo que siembras en el mundo es lo que cosechas aquí".
A la mañana siguiente, el avaro se despertó cubierto de sudor. Desde aquel día se volvió uno de los hombres más generosos y alimentaba a todos los mendigos y pobres de la ciudad.

EL FABRICANTE DE BOCADILLOS


Érase una vez un hombre que vivía muy cerca de un importante cruce de caminos. Todos los días a primera hora de la mañana llegaba hasta allí donde instalaba un puesto en el cual vendía bocadillos que él mismo horneaba.
Como padecía sordera y su vista no era muy buena, no leía la prensa ni veía la televisión pero eso si… vendía exquisitos bocadillos.
Meses después alquiló un terreno, levantó un gran letrero de colores y personalmente seguía pregonando su mercancía, gritando a todo pulmón: ¡Compre deliciosos bocadillos calientes! Y la gente compraba cada día más y más.
Aumentó la compra de materia prima, alquiló un terreno más grande y mejor ubicado y sus ventas se incrementaron día a día. Su fama aumentaba y su trabajo era tanto que decidió llamar a su hijo, un importante empresario de una gran ciudad, para que lo ayudara a llevar el negocio.
A la llamada del padre su hijo respondió: ¿Pero papá, no escuchas la radio, ni lees los periódicos, ni ves la televisión? Este país está atravesando una gran crisis, la situación es muy mala, no podría ser peor.
El padre pensó: ¡Mi hijo trabaja en una gran ciudad lee los periódicos y escucha la radio, tiene contactos importantes… debe saber de lo que habla!
Así que revisó sus costos, compró menos pan y disminuyó la compra de cada uno de los ingredientes, dejando de promocionar su producto.
Su fama y sus ventas comenzaron a caer semana a semana.

Tiempo después desmontó el letrero y devolvió el terreno.
Aquella mañana llamó a su hijo y le dijo:

-¡Tenías mucha razón, verdaderamente estamos atravesando una gran crisis!